Mi absurda persuasión abriéndole cada noche la puerta;
pero la poesía no entra.
Ella no elije noches para entrar. Ningún
dominio impone –como afirman– de noche.
A cualquier hora el mundo la desplaza
y ella mete en los ojos un círculo perplejo.
Es que llega del polvo,
involuntaria.
¿Quién va a pararse entonces?
¿Quién va a asomarse para verla?
¿Quién es capaz de abrirle,
de hablarle a esa extranjera?