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Heberto Padilla

A propósito de Pasión de Urbino

Conozco el manuscrito de Pasión de Urbino, sus muchas, y ahora compruebo que insuficientes, modificaciones, desde 1964. Lisandro Otero solía dármelo a leer después de cada revisión. A instancias suyas lo envié al editor español Carlos Barral para que lo hiciera participar en el concurso Biblioteca Breve, de su editorial.
Comprendí tanto la desilusión de Lisandro Otero al no obtener el premio, como la decisión del jurado español de no otorgárselo, porque ese año lo obtuvo Vista del amanecer en el trópico, de Guillermo Cabrera Infante, que acaba de aparecer en España con el título de Tres tristes tigres. Ésta es, sin duda, una de las novelas más brillantes, más ingeniosas y profundamente cubanas que hayan sido escritas alguna vez. Pero Guillermo Cabrera Infante se encuentra fuera de Cuba, a causa de un hecho lamentable ocurrido hace ya más de un año.

Los burócratas del Ministerio de Relaciones Exteriores no explicaron en aquel momento, ni lo pidió nuestra Unión de Escritores y Artistas, que cada día es más un cascarón de figurones, las causas por las que Guillermo Cabrera Infante fuera bajado del avión que lo conducía de regreso a Bruselas para reintegrarse al cargo diplomático que desempeñaba desde hacía tiempo. Pero lo cierto es que hoy se encuentra en un sótano de Londres, con su mujer y dos hijas, en medio de grandes dificultades y sin que hasta el momento haya escrito una sola línea contra la Revolución cubana, el novelista que ha hecho más por dar expresión a nuestra realidad nacional que el policía efusivo y anónimo, con mentalidad 1961, que redactó el informe fulminante contra él.

Este policía es el responsable indirecto de que el órgano cultural de los Jóvenes Comunistas abra hoy esta encuesta crítica sobre Pasión de Urbino, pastiche de Carpentier y Durrell, escrito en una prosa cargada de andariveles, y no –como sería lógico– sobre la novela de Guillermo Cabrera Infante, llena de verdadera fuerza juvenil, de imaginación, atrevimiento y genio.

Conozco los países socialistas (en algunos he residido algún tiempo); sé de los peligros que la cobardía intelectual puede acarrear a esta sociedad que es la medida de la justicia y la libertad, pero en la misma medida en que cada uno de nosotros lo haga posible. No puedo, ni debo ocultarle a Lisandro Otero que, después de La situación, cuya importancia he destacado más de una vez públicamente, Pasión de Urbino es un salto a la banalidad, inadmisible a los 35 años.

Para él se abren, además, las dos únicas opciones posibles a su profesión: el destino gris de burócrata de la cultura, que a duras penas podrá escribir divertimentos, o el del escritor revolucionario que se plantea diariamente su humilde, grave y difícil tarea en su sociedad y en su tiempo.

El Caimán Barbudo, n. 15, junio, 1967

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