Donde estaba su casa sigue
como si no hubiera ardido.
Habla sólo la lengua de su alma
con los que cruzan, ninguna.
Cuando dice “pino de Alepo”
no dice árbol que dice un niño
y cuando dice “regato”
y “espejo de oro”, dice lo mismo.
Cuando llega la noche cuenta
los tizones de su casa
o enderezada su frente
ve erguido su pino de Alepo.
(El día vive por su noche
y la noche por su milagro.)
En cada árbol endereza
al que acostaron en tierra
y en el fuego de su pecho
lo calienta, lo enrolla, lo estrecha.