Gabriela Mistral

Recados: Recado para las Antillas

I

 
La isla celebra fiesta de la niña.
El Trópico es como Dios absoluto
y en esos soles se muere o se salva.
 
Anda el café como un alma vehemente;
en venas anda, de valle o montaña
y punza el sueño de niños oscuros:
hierve en el pan y sosiega en el agua.
 
De leño tiene su casa la niña
y llega el viento del mar a su cama;
llega en truhán con olor de plantíos
y entran en él toronjales y cañas.
 
La niña lee un poema de Blake
y de San Juan de la Cruz una estancia;
cuenta sus años y saltan los veinte
como polluelos que están en nidada...
 
Se los sabía y no los sabía;
en huevos de oro le colman la falda:
cuando pasea son veinte flamencos;
cuando conversa son veinte calandrias.
 
Ella se acuerda de Cuba y Castilla;
de adolescencias de ayer y de infancias.
Niña jugó bajo un árbol del pan
y amó de amor en las Córdobas blancas.
 
Cantan sus muros de fábulas locas;
cuando se duerme, más alto le cantan;
toda canción que cantaron los hombres
ellos las tienen, las silban, las danzan;
 
Van por los muros en aves o víboras
cuando ella duerme a la cara le bajan
el Siboney y la india Guarina,
el Mar Sargasso y el Barco Fantasma.
 
La negra sirve un café subterráneo,
denso en el vértigo, casto en la nata.
Entra partida de su delantal,
de risa grande y bandeja de plata.
 
Yo, que no estoy, yo le digo que llegue
tosca y divina como es una fábula,
y mientras bebe la niña su néctar,
la negra dice su ensalmo de magia.
 
Sale corriendo a encontrar sus amigas,
grita sus nombres de tierras cristianas.
Se llaman dulce, modoso o agudo:
Águeda, Juana, Clarisa, Esperanza.
Y entre ellas cruzan revoloteando
locas palomas pardi—jaspeadas.
 
Los mozos llegan a la hora de siesta,
son del color de la piña y el ámbar.
Cuando la miran la mientan «su sangre»,
cuando consiente, la dicen «la Patria.»
 
En medio de ellos parece la piña,
entre su mata ceñida de espadas.
En medio de ellas será flambuayana,
fuego que el viento tajea en mil llamas.
 
La aman diversa y nacida de ellos,
como los lagos se gozan sus garzas.
Y otra vez caen y vuelan sesgueando
palomas rojas y amoratadas.
 

II

 
Ahora duerme en cardumen de oro
del cielo tórrido, junto a las palmas,
adormecida en su Isla de fuego,
pura en su tierra y en su agua antillana.
 
Duerme su noche de aromas
y duerme sus mocedades que aún son infancias.
¡Duerme su patria que son tres Antillas
y los destinos que están en su raza!
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