Gabriela Mistral

Muerte de mi madre: Nocturno de la derrota

Yo no he sido tu Pablo absoluto
que creyó para nunca descreer,
una brasa violenta tendida
de la frente con rayo a los pies.
Bien le quise el tremendo destino,
pero no merecí su rojez.
 
Brasa breve he llevado en la mano,
llama corta ha lamido mi piel.
Yo no supe, abatida del rayo,
como el pino de gomas arder.
Viento tuyo no vino a ayudarme
y blanqueo antes de perecer.
 
Caridad no más ancha que rosa
me ha costado jadeo que ves.
Mi perdón es sombría jornada
en que miro diez soles caer;
mi esperanza es muñón de mí misma
que volteo y que ya es rigidez.
 
Yo no he sido tu Santo Francisco
con su cuerpo en un arco de “amén”,
sostenido entre el cielo y la tierra
cual la cresta del amanecer,
escalera de limo por donde
ciervo y tórtola oíste otra vez.
 
Esta tierra de muchas criaturas
me ha llamado y me quiso tener;
me tocó cual la madre a su entraña;
me le di, por mujer y por fiel.
¡Me metió sobre el pecho de fuego,
me aventó como cobra su piel!
 
Yo no he sido tu fuerte, Vicente,
confesor de galera soez,
besador de la carne perdida,
con sus llantos siguiéndole en grey,
aunque le amo más fuerte que mi alma
y en su pecho he tenido sostén.
 
Mis sentidos malvados no curan
una llaga sin se estremecer;
mi piedad ha volteado la cara
cuando Lázaro ya es fetidez,
y mis manos vendaron tanteando
incapaces de amar cuando ven.
 
Y ni alcanzo al segundo Francisco (1)
con su rostro en el atardecer,
tan sereno de haber escuchado
todo mal con su oreja de Abel,
¡corazón desde aquí columpiado
en los coros de Melquisedec!
 
Yo nací de una carne tajada
en el seco riñón de Israel,
Macabea que da Macabeos,
miel de avispa que pasa a hidromiel,
y he cantado cosiendo mis cerros
por cogerte en el grito los pies (2).
 
Te levanto pregón de vencida,
con vergüenza de hacer descender
tu semblante a este campo de muerte
y tu mano a mi gran desnudez.
 
Tú, que losa de tumba rompiste
como el brote que rompe su nuez,
ten piedad del que no resucita
ya contigo y se va a deshacer,
con el liquen quemado en sus sales,
con genciana quemada en su hiel,
con las cosas que a Cristo no tienen
y de Cristo no baña la ley.
 
Cielos morados, avergonzados
de mi derrota.
Capitán vivo y envilecido,
nuca pisada, ceño pisado
de mi derrota.
Cuerno cascado de ciervo noble
de mi derrota!
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