Gabriela Mistral

Niebla

La niebla ha ido adensándose
en forro azul-ceniciento
y cegando el mar nos hurta
la nidada de archipiélagos:
hembra tramposa y ladina
que marcha con pasos lerdos.
 
Difumina a Chiloé,
llega hasta Tierra del Fuego
y trueca en malabaristas
lomos de niño y de ciervo,
y mi bulto escamotea
sólo porque lloren ellos.
 
Ya las trampas le conozco
de Redondear el cerco
y hacer “la gallina ciega”
con el pastor o el arriero.
Ella ahora está jugándonos
el su sempiterno juego
y urde ballenas y pulpos
de un vago mar hechicero.
Nos da por bien ahogados,
perdidos y prisioneros,
aunque estarnos bajo de ella,
como Dios nos hizo: enteros.
 
Les cuchicheo a mis críos
que no es bulto, que es resuello,
que no es brazo de ahogarnos,
que es, no más, bostezo muerto,
que no peleamos con héroe
sino con blanco esperpento.
Y el huevo azul entreabrimos
a lancetadas de acentos
y se lo desbaratamos
con los dos calientes cuerpos.
 
En el acuario de niebla,
acribillado de engendros,
el remador de tres mares
se ha puesto a contar sucesos;
dice los lentos canales,
romances los estrechos
como quien devana mundos
con las manos y los gestos.
 
Ahora el viejo está contando
el largo relato añejo,
de las costas masticadas
por el mar de duros belfos
y está diciendo a la Antártida
que habemos y que no habemos...
 
La Antártida de su boca
sube como alción en vuelo,
el blanco animal divino
engolado y soñoliento.
Así con ella dormimos
fraternales y mansuetos,
la bestezuela del símbolo
y el indio calenturiento.
 
Nos acabamos en donde
se acaba igual que en los cuentos,
la Madraza que es la tierra
y acaba en santo silencio;
pero los tres alcanzamos
el apretado secreto,
el blancor no conocido,
el intocado Misterio.
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