Gabriela Mistral

Lecturas espirituales

A don Constancio Vigil.

I.- LO FEO

El enigma de la fealdad tú no lo has descifrado. Tú no sabes por qué el Señor dueño de los lirios del campo, consiente por los campos la culebra y el sapo en el pozo. Él los consiente. Él los deja atravesar sobre los musgos con rocío.

En lo feo, la materia está llorando; yo le he escuchado el gemido. Mírale el dolor, y ámalo. Ama la araña y los escarabajos por dolorosos, porque no tienen, como la rosa, una expresión de dicha. Ámalos porque son un anhelo engañado de hermosura, un deseo no oído de perfección. Son como algunos de tus días, malogrados y miserables a pesar de ti mismo. Ámalos, porque no recuerdan a Dios, ni nos evocan la cara amada.

Ten piedad de ellos que buscan terriblemente, con una tremenda ansia, la belleza que no trajeron. La araña ventruda, en su tela leve, sueña con la idealidad, y el escarabajo deja el rocío sobre un lomo negro para que le finja un resplandor fugitivo.

II.- LA VENDA

Toda la belleza de la Tierra puede ser venda para tu herida. Dios la ha extendido delante de ti; así como un lienzo coloreado te ha extendido sus campos de primavera.

Son ternura de la tierra, palabras suyas de amor, las florecillas blancas y el guijarro de color; siéntelos de este modo. Toda la belleza es misericordia de Dios.

El que te alarga la espina en una mano temblorosa, te ofrece en la otra un motivo para la sonrisa. No digas que es un juego cruel. Tú no sabes (en la química de Dios), por qué es necesaria el agua de las lágrimas.

Siente así como venda el cielo. Es una ancha venda que baja hasta tocar la magulladura de tu corazón en suavizadora caricia.

El que te ha herido, se ha ido dejándote hebras para la venda por todo el camino...

Y cada mañana, al abrir tus balcones, siente como una venda maravillosa y anticipada para la pena del día, el alba que sube por las montañas...

III. A UN SEMBRADOR

Siembra sin mirar la sierra donde cae el grano; estás perdido si consultas el rostro de los demás. Tu mirada invitándoles a responder, les parecerá invitación a alabarte, y aunque estén de acuerdo con tu verdad, te negarán por orgullo la respuesta. Di tu palabra, y sigue tranquilo, sin volver el rostro. Cuando vean que te has alejado, recogerán tu simiente; tal vez la besen con ternura y la lleven a su corazón.

No pongas tu efigie reteñida sobre tu doctrina. Le enajenará el amor de los egoístas, y los egoístas son el mundo.

Habla a tus hermanos en la penumbra de la tarde, para que se borre tu rostro, y vela tu voz hasta que se confunda con cualquier otra voz. Hazte olvidar, hazte olvidar... Harás como la rama que no conserva la huella de los frutos que ha dejado caer.

Hasta los hombres más prácticos, los que se dicen menos interesados en los sueños, saben el valor infinito de un sueño, y recelan de engrandecer al que lo soñó.

Harás como el padre que perdona al enemigo si lo sorprendió besando a su hijo. Déjate besar en tu sueño maravilloso de redención. Míralo en silencio y sonríe...

Bástete la sagrada alegría de entregar el pensamiento; bástete el solitario y divino saboreo de su dulzura infinita. Es un misterio al que asisten Dios y tu alma. ¿No te conformas con ese inmenso testigo? Él supo, Él ya ha visto, Él no olvidará.

También Dios tiene ese recatado silencio, porque Él es el Pudoroso. Ha derramado sus criaturas y la belleza de las cosas por valles y colinas, calladamente, con menos rumor del que tiene la hierba al crecer. Vienen los amantes de las cosas, las miran, las palpan y se están embriagados, con la mejilla sobre sus rostros. ¡Y no lo nombran nunca! Él calla, calla siempre. Y sonríe...

IV. EL ARPA DE DIOS

El que llamó David el «Primer Músico», tiene como él un arpa: es un arpa inmensa, cuyas cuerdas son las entrañas de los hombres. No hay un solo momento de silencio sobre el arpa ni de paz para la mano del Tañedor ardiente.

De sol a sol Dios desprende a sus seres melodías.

Las entrañas del sensual dan un empañado sonido; las entrañas del gozador dan voces opacas como el gruñido de las bestias; las entrañas del avaro apenas si alcanzan a ser oídas; las del justo son un temblor de cristal; y las del doloroso, como los vientos sobre el mar, tienen una riqueza de inflexiones, desde el sollozo al alarido. La mano del Tañedor se tarda sobre ellas.

Cuando canta el alma de Caín, se trizan los cielos como un vaso; cuando canta Booz, la dulzura hace recordar las altas parvas; cuando canta Job, se conmueven las estrellas como una carne humana. Y Job escucha arrobado el río de su dolor vuelto hermosura...

El Músico oye las almas que hizo, con desaliento o con ardor. Cuando pasa de las áridas a las hermosas, sonríe o cae sobre la cuerda su lágrima.

Y nunca calla el arpa; y nunca se cansa el Tañedor ni los cielos que escuchan.

El hombre que abre la tierra, sudoroso, ignora que el Señor al que a veces niega, está pulsando sus entrañas; la madre que entrega al hijo ignora también que su grito hiere el azul y que en ese momento su cuerda se ensangrienta. Sólo el místico lo supo, y de oír esta arpa rasgó sus heridas para dar más, para cantar infinitamente en los campos del cielo.

V.- LA ILUSIÓN

¡Nada te han robado! La tierra se extiende, verde, en un ancho brazo en torno tuyo, y el cielo, existe sobre tu frente. Echas de menos un hombre que camina por el paisaje. Hay un árbol, en el camino, un álamo fino y tembloroso. Haz con él su silueta. Se ha detenido, a descansar; te está mirando.

¡Nada te han robado! Una nube pasa sobre tu rostro, larga, suave, viva. Cierra los ojos. La nube es en torno de tu cuello un abrazo que no te oprime, ni te turba. Ahora una lágrima te resbala por el rostro. Es su beso sereno.

¡Nada te han robado!

Other works by Gabriela Mistral...



Top