Gabriela Mistral

La huella

Del hombre fugitivo
sólo tengo la huella,
el peso de su cuerpo,
el viento que lo lleva.
Ni señales ni nombre,
ni el país ni la aldea;
solamente la concha
húmeda de su huella;
solamente esta sílaba
que recogió la arena
¡y la Tierra —Verónica
que me lo balbucea!
 
Solamente la angustia
que apura su carrera;
los pulsos que lo rompen,
el soplo que jadea,
el sudor que lo luce,
la encía con dentera,
¡y el viento seco y duro
que el lomo le golpea!
 
   Y el espinal que salta,
la marisma que vuela,
la mata que lo esconde,
y el sol que lo confiesa,
la duna que lo ayuda,
la otra que lo entrega,
¡y el pino que lo tumba
y el Dios que lo endereza!
 
   Y su hija, la sangre,
que tras él lo vocea:
la huella, Dios mío,
la pintada huella:
el grito sin boca,
la huella la huella!
 
   Su señal la coman
las santas arenas.
Su huella tápenla
los perros de niebla.
Le tome de un salto
la noche que llega
su marca de hombre
dulce y tremenda.
 
Yo veo, yo cuento
las dos mil huellas.
¡Voy corriendo, corriendo
la vieja Tierra,
rompiendo con la mía
su pobre huella!
¡O me paro y la borran
mis locas trenzas,
o de bruces mi boca
lame la huella!
 
   Pero la Tierra blanca
se vuelve eterna;
se alarga inacabable
igual que la cadena;
se estira en una cobra
que el Dios Santo no quiebra
¡y sigue hasta el término
del mundo la huella!
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