Gabriela Mistral

Fuego

Ya se acabaron las noches
del verano que Dios hizo.
No hizo el amoratado
invierno que escarcha nidos,
que traba pies de perdices
y amorata pies de niños.
 
Vamos a encender el fuego
chocando piedras de río
y acarreando gajos muertos
de chañar y de olivillo.
Vamos el niño y yo misma:
¡no cuesta matar el frío!
 
Aunque se apriete la noche
como puño de bandido,
en unos momentos salta
atarantado y divino;
no salta de nuestras manos,
sube como de sí mismo.
 
—Mira tú, ve cómo saltan
y ojean con gestos vivos.
¡Sí, si, sí! dicen al fuego,
locas de atar, en delirio.
¡Sí, sí, sí! dicen a la llama
¡y tú teniéndole miedo!
 
—Mama, ríes como loca,
¿Cómo es que no tienes miedo?
Son unas locas de atar.
¡Me dan miedo, me dan miedo!
 
—¡Vaya unas locas de atar
y tú teniéndoles miedo!
—¡Vaya unas locas de atar
y tú riendo, riendo!
 
—Pena de niñito mío
que llora de ver un fuego.
Seguiremos por hallar
en donde duermas sin miedo.
 
—¿A dónde es que ahora vamos?
Dilo tú, mis cuatro miedos.
Te asustas de una cascada,
de un forastero, del viento,
te asustas hasta del susto
que doy pasando los pueblos.
¿Qué hago contigo esta noche
para que no tengas miedo?
 
El fuego nunca se muere,
él espía entredormido,
malicioso el ojo de oro
y subiendo repentino.
 
Por aquí anduvieron otros
y habrá rescoldos dormidos,
y si sólo son cenizas,
comenzarlo da lo mismo.
 
Ya vienen las ramas muertas
y vienen a su destino;
jueguen a alcanzar el cielo,
sesteen a lo divino.
 
Juega al subir y al caer,
juega al muerto y queda vivo.
¡Ay! la hermosura caída
del cielo...
 
Cuando es que desaparece
vuelve en otro y es el mismo.
Todos danzamos por él
y de él desde que nacimos.
 
Está donde cabrillea
en horno y brasero vivo,
está en amor y dolor
rojo-azul, dorado y fino.
 
Pena de dejar atrás
cosa linda, padre fuego.
 
—Mama, por esto también
será que te tienen miedo.
Mama, me da miedo el fuego,
tomamé, que doy un grito.
 
No vamos, que comeremos
lo amañado y recogido.
 
Las castañas gruñen, saltan
del rescoldo, miedosillo.
En comiendo dormiremos
guardados de padres-pinos.
 
Y si también te me vuelves,
niño trabado de miedo
¿con quién voy a caminar
la tierra, si es que yo vuelvo?
¡un hombrecito tan fuerte
que llora porque ve fuego!
Quieres seguir caminando,
pero, ¿dónde no habrás miedo?
 
—Paremos donde haya gente
y yo pido alojamiento.
 
—Y te despides de mí,
porque ¿cómo yo me acerco?
 
—¡Ay, mama, a qué fue venir
así, parecida a un cuento!
Sigamos mejor, quién quita
que encontremos otro pueblo.
 
—No repitamos la historia.
Duerme, aquí de cara al cielo.
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