Gabriela Mistral

La desasida

En el sueño yo no tenía
padre ni madre, gozos ni duelos,
no era mío ni el tesoro
que he de velar hasta el alba,
edad ni nombre llevaba,
ni mi triunfo ni mi derrota.
 
   Mi enemigo podía injuriarme
o negarme Pedro, mi amigo,
que de haber ido tan lejos
no me alcanzaban las flechas:
para la mujer dormida
lo mismo daba este mundo
que los otros no nacidos...
 
   Donde estuve nada dolía:
estaciones, sol ni lunas,
no punzaban ni la sangre
ni el cardenillo del Tiempo;
ni los altos silos subían
ni rondaba el hambre los silos.
Y yo decía como ebria:
¡Patria mía, Patria, la Patria!
 
   Pero un hilo tibio retuve,
–pobre mujer– en la boca,
vilano que iba y venía
por la nonada del soplo,
no más que un hilo de araña
o que un repunte de arenas.
 
   Pude no volver y he vuelto.
De nuevo hay muro a mi espalda,
y he de oír y responder
y, voceando pregones,
ser otra vez buhonera.
 
   Tengo mi cubo de piedra
y el puñado de herramientas.
Mi voluntad la recojo
como ropa abandonada,
desperezo mi costumbre
y otra vez retomo el mundo.
 
   Pero me iré cualquier día
sin llantos y sin abrazos,
barca que parte de noche
sin que la sigan las otras,
la ojeen los faros rojos
ni se la oigan sus costas...
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