Alfonso Reyes creó entre nosotros el precedente de las notas del autor sobre su propio libro. Cargue él, sabio y bueno, con la responsabilidad de las que siguen.
Es justa y útil la novedad. Entre el derecho del crítico capaz –llamémosle Monsieur Sage– y el que usa el eterno Don Palurdo, para tratar de la pieza que cae a mis manos, cabe una lonja de derecho para que el autor diga alguna cosa. En especial el autor que es poeta y no puede dar sus razones entre la materia alucinada que es la poesía. Monsieur Sage dirá que sí a la pretensión; Don Palurdo dirá, naturalmente, que no.
Una cauda de notas finales no da énfasis a un escrito, sea verso o prosa. Ayudar al lector no es protegerlo; sería cuanto más saltarle al paso, como el duende, y acompañarle unos trechos de camino, desapareciendo en seguida...
Lleva este libro algún pequeño rezago de Desolación. Y el libro que le siga –si alguno sigue– llevará también un rezago de Tala...
Así ocurre en mi valle de Elqui con la exprimidura de los racimos. Pulpas y pulpas quedan en las hendijas de los cestos. Las encuentran después los peones de la vendimia. Ya el vino se hizo y aquello se deja para el turno siguiente de los canastos...
Tala, 1938