Gabriela Mistral

Emigración de pájaros

Como si nos saludasen
desde lo alto la llegada
a la extremosa región
a la madre más lejana,
viene por los aires altos
como por obra de gracia,
cortando el azul celeste,
la mayor “gente” emigrada.
Vienen, vienen, los pelícanos...
 
—¿Qué ves, mamá, que no veo
y miras embelesada?
 
—Para que los veas, párate.
¡Qué lindas recién llegadas!
Son las gentes del mar último,
pelícanos en bandadas.
 
—Miéntalos, mamá, ja, ja,
ya veo ya la bandada.
 
—Porque es pura nieve y hielo
la Patagonia extremada,
vienen las aves del mar
en esa cinta azorada.
Tantas son que cubrirían
el potrero, si abajaran.
 
—Gritan, mamá, gritan todas.
Será que temen y llaman.
 
—No, mi loquillo, que bajan
gritando por su arribada.
Pero no nos dan el gusto
de oírles bien la algarada.
Conténtate con mirarles
la línea donosa y blanca.
 
—Pero, ¿para dónde van?
¿Van perdidas y no bajan?
 
—¡Qué se van a perder ellas,
mí niño disparatado!
Nosotros, sí, nos perdemos
pero aquéllas nunca fallan.
Bajarán cuando divisen
playa suya acostumbrada.
 
La peonada ni mira
lo linda que es su pasada.
Las gentes, chiquito, saben
de pájaros poco o nada;
sólo yantares y cosas
y chismes de la contrada.
 
Bajan, bajan, bajan en vertical
a pastos acostumbrados.
Óyelas en vez de hablar,
mira y no grites, mi niño...
no te pierdas su pasada.
Ahora se oye un poco más;
es que divisan sus playas...
 
—Cuenta más, cuenta, la Mama.
 
—Ayunas de calendario,
de señales y de llamada,
las tres o las cinco mil
saben la fecha llegada
y se dan voz de partida
como casta convocada
y suben como llamadas.
 
Dejan el hielo, la arena
menuda, el nido y las playas,
el sol esquivo y se vienen
hacia la segunda Patria.
Ya se ven más, ya torcieron
el rumbo, como silbadas.
Ellas están advertidas
casi, casi son llamadas.
La mancha se va entreabriendo.
Ya reconocen las playas.
Y ahora es bajar muy recto
y con gritos de arribada.
Bienvenidas a las dunas,
tan dulces y acostumbradas.
Bajan, bajan, bajan todavía...
Piaciuto o affrontato da...
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