Pasamos alborotados
de una ola de fragancia.
Demorar, mi niño, el paso,
gozar al aire su gracia.
Tan austeros como viejos
druidas en acción de gracias,
convidando con su gesto
a tomarlos de posadas.
Mienten sus hojas por rudas
que no son cosa cristiana,
pero vuelan por el mundo
sus hojas hospitalarias.
Corta, ponlas en tu pecho,
aunque son duras, son santas
y responden al que pasa
con su dulce bocanada.
—Dijiste que donde son
los árboles cosa santa
allí vamos a dormir
y a recogerles la gracia.
—Sí, sí, chiquito, olvidé.
Yo me llamo “Trascordada”.
Aquí se duerme sin pena
doblando la trebolada.
Agradece, cara al cielo,
resplandores y fragancias.
¡Qué mal que duermen los hombres
en su agujero de casas!
Se desperdician las yerbas
y la ancha noche estrellada.
Acuesta al Ciervo con cuido
¡No se vaya de jarana!
Lo rodeas con el brazo
y le resobas la espalda.
—Se llama lomo dijiste.
¿Ves como estás trascordada?