Por mi memoria pasan como estampas borrosas
los castos y tranquilos domingos de mi infancia:
ramo azul de glicinas y campanas tediosas
entre un viento que extiende dolorosa fragancia.
Rayos de sol que quiebran la limpia superficie
de los viejos espejos que nos conocen tanto.
Rosales que se vuelcan en fragante molicie
y rosas que prolongan dominical encanto.
Niños de rostros pálidos y pupilas llorosas
que no tienen domingos ni una vez por semana.
Niños que viven entre letanías silenciosas:
carne de lirios que una brisa herirá mañana.
Nubes desvanecidas como trémulos lienzos
y nubes donde nace la tristeza del día.
Soledad un poco gris de esos patios inmensos
donde los escolares dejaron su alegría.
Musgo crepuscular de los gastados muros
que sugieren el miedo de morir o enfermarse.
Ventanas de cristales límpidos e inseguros
donde la niebla lenta fantasías esparce.
Caminar de muchachas que esperan la llegada
de este día, en que las bellas palabras se conciertan.
Angustia persistente de una rama quebrada
junto a las otras ramas que bajo el sol despiertan.
Nostalgia indefinida de que se acabe el día
y soñar que mañana no iremos a la escuela.
Crece el árbol oculto de la melancolía
y el sueño de la noche nos envuelve en su estela.
Doblan calladamente las campanas tediosas
y las brisas dispersan una antigua fragancia:
por mi memoria pasan como estampas borrosas
los castos y tranquilos domingos de mi infancia...