Francisco Bustamante

XXIV

Kerouac me dice que los trenes en Estados Unidos llegan hasta Méjico o México y una pequeña pandilla de negros se relaja en las paredes de las estaciones. Mientras sucede todo esto él corre en busca del tren que lo llevará a North Forest, la tierra de los borrachos supremos, donde las mujeres son de vino y las paredes de algodón.
Kerouac me despierta la misma curiosidad que la vista en la ventana y de repente se queda todo en quietud, suspendida en ese letargo que me dio un miedo enorme, que me hizo pensar en los peces que tuve al ser un niño pequeño.
¿Cuánto tiempo pienso lo que él dice? ¿Cuánto tiempo me imagino el sonido del carril y el olor de su calle?
Un olor a salchichas de cerdo comidas por perros y aves cubiertas de hollín incapaces de alzar el vuelo, mujeres con vaginas en vez de bocas, hombres con penes en vez de dedos. Santaolalla acompaña tan bien el sonido del riel y el bus se asemeja tanto a un tren derrapando por el desierto.
El AMOR, ¿por qué pensé en el amor? ¡Ah! fue porque la roca se cruzó en la rueda y esta abrazo la ladera a la derecha, luego se sacudió a la izquierda y después todo quedó suspendido como en la ventana anterior y yo quedé en posición fetal escuchado a todos gritar y de eso estoy seguro, un profundo y doloroso ¡te amo!

Las sonrisas con lágrimas de todas esas madres rodaron por los suelos y las mejillas de dos crías se aplastaron sobre el vidrio, una mujer fue aplastada por los fierros y unos niños lloraban y unas hermosas mujeres de plata sangraban y los rostros incaicos sangraban y unos animales desde afuera gritaban y la nube se asunto tanto y tanto que dejó de llover y los ángeles, las valquirias, sombras, diablos y todo eso bajo y arrancó de cuajo dos almas mientras yo ayudaba a un niño que tenía lagrimas rojas y me decía mamá y en ese momento, en ese justo momento pensé en ti y luego en mi madre mientras todos los rostros tenían los suspiros de mi infancia. Recordé un puñetazo recibido a los nueve años por un amigo y las manos de mi familia despidiéndome desde lejos.
Los brazos de la niña se ahorcan a mi cuello, pero ella no sabe que los brazos rotos no pueden apretar hasta la asfixia. Logré mirar la bestialidad de la muerte en los ojos de los asustados y escuché a los comen vidrio mientras aplastan las mandíbulas de los que comen tierra y pienso ¿Qué pienso? Pienso en salir, pero mi humanidad grita ayudar. Huimos por el respiradero, la pequeña luz nos atrae como polillas. Primero todos, segundo todos, tercero alejarse.
Cuando la muerte se siente cerca ninguno se atreve a levantarse y sentarla a la mesa.
Me toco la cabeza y no sangro, me miro las manos manchadas, mi ropa manchada en sangre que no es de un tributo. Esta sangre es mi sangre también, esto pasa cuando Dios tiene maneras muy raras de decirnos que nos ama.

El amor y la sangre de los niños y el inútil sacrificio. Las MUJERES en su día y el inútil sacrificio.
La muerte inútil

La muerte inútil.

La muerte por honor a la muerte y mi ser aun torpe que la considera innecesaria.
Mi cuerpo escapa y la sangre se seca en los rostros, todos los sobrevivientes tenemos pinturas de guerra nuevas para una batalla siguiente.
¡Memento mori!

Jamás me olvidaré y perdonaré haber pensado en un ser alado con rostro humano que llevaba tu nombre en ese momento.

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