Fran Gonzalez

Madre, Raíz de Tiempo

No hubo un solo día
en que pensaras en ti primero.
Fuiste el fuego manso
que calienta sin alardes,
el hilo que cose sin que se vea,
el agua que riega
pero nunca reclama la flor.
 
No hubo un solo instante
en que el cansancio doblara tu espalda.
Aún cuando la noche pesaba,
cuando el mundo cerraba los ojos,
tus manos seguían despiertas,
tejiendo abrigo,
cocinando ternura,
levantando un hogar
donde el amor se daba
como quien da el aire.
 
Y cuando al fin la vida
te debía descanso,
cuando el tiempo abría su palma
como un regalo tardío,
el golpe llegó,
implacable,
ciego.
El cuerpo se volvió cárcel,
las palabras naufragaron,
el día dejó de tener puertas.
 
Pero sigues aquí,
madre,
como una raíz que nadie ve
pero que sostiene el bosque.
Sigues con tu mitad dormida
y tu otra mitad iluminando.
Con la piel herida
y la mirada intacta.
Con la vida truncada
y la esperanza obstinada.
 
Nadie te enseñó a rendirte.
Nadie supo decirte
que el amor no se mide en pasos,
sino en la luz callada
que aún brilla en tus ojos
cuando miras a los tuyos
y sabes,
sin que nadie lo diga,
que sigues siendo
el centro de todo.

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