Se quedó callado,
no por falta de ganas,
sino por miedo al ruido
que hace un adiós.
Apagó la chispa,
no por falta de fuego,
sino por temor a quemarse
y quemarla a ella también.
Prefirió la sombra del “quizás”,
la soledad cómoda,
antes que el salto al vacío
de un “te amo” dicho en voz alta.
Y así el amor se hizo silencio,
un lugar sin puertas,
donde nadie entra,
pero todos se quedan afuera.