El vacío cotidiano
Hay calles donde el eco suena
y no hay nadie que lo responda,
caras anónimas,
camino tras camino,
a veces por la misma senda
y otras sin saber a dónde voy.
El vacío se apodera del aire,
y todo lo que vemos
se diluye en una niebla de apariencias,
modas que se reciclan como vestidos rotos
y discursos que son más ecos que voces.
¿Quién escucha?
¿Quién entiende el grito callado
de aquellos que aún buscan algo?
El mundo sigue,
pero no hay nada más
que el vacío de lo que nunca fue.
La gente se agita en su danza sin sentido,
paseando entre consumos,
palabras vacías,
y la hipocresía de los nuevos profetas.
Busco algo que no cambie,
algo que resista el desmoronamiento de todo:
un centro de gravedad,
un punto fijo en este caos sin forma.
Pero todo se desliza,
todo se convierte en eco,
y la pregunta permanece:
¿qué sentido tiene seguir,
si ni el tiempo tiene rumbo?
Nada es real,
todo es construcción de lo que no existe,
y el vacío se apodera de cada pensamiento,
como un río que se lleva los recuerdos
y no deja más que el reflejo de lo perdido.
Y aún así, aquí estoy,
buscando,
caminando entre sombras
y luces rotas,
porque aunque todo se disuelva,
debo seguir existiendo
en un mundo que ya no tiene respuestas,
solo vacíos por llenar.
