Xanti - Bré

El médicu del jacho

A ese que venía jincao en la jaca,
con la cara ensombraíta
y la capa colgona del cansanciú,
to lo esperában con un “¡ay, benditu sea Dios!”
y la cara medio partía.
 
Venía del montecillu,
pasau de agua,
con los huesus mojaus y la alforja llenita
de botes que nun valían pa na
pero que se daban
como se dan los rezos: por si.
 
S’apostaba en la cabecera
del que ya taba más pallá que patrás,
y con la manecilla helá
buscaba’l pulsu
como quien busca aceitunas en la escarcha.
 
—“¿Qué tié, señor médicu?”
—“Tié fatiga, hija... y pena...
Y de eso no sana ni Cristo benditu.”—
decía, mirando pa’l suelu
como si la tierra le debiera respuestas.
 
Parió mujeres que chillaban
con los dientos clavaos en una manta,
curó cortás de hoz,
y aguantó pestes que se llevaban
hasta’l canto de los gallos.
 
Pero lo que más dolía era lo otro:
la criatura que se le iba entre los brazus,
el mocín comíu por la tos,
la vieha que decía:
—“No me dexe sola, hijo,
que ya me se va la lumbre del pechu...”—
 
Y él... con los ojos comíos de verruga,
asentía sin decí ná.
Porque ya se sabía
que hay males que solo Dios,
y a veces ni él.
 
No cobraba si no había.
A veces un huevo güevón,
otras un chusquín de pan duro
o una gallina medio viva.
 
Vivía del aire y de la gratitu.
Dormía en la silla,
o en poyos de piedra,
o con el miedu al laú del fuegu.
 
La jaca lo sabía tó:
cuando venía llorando,
cuando salía callandu,
cuando firmaba una muerte
como quien pone el nombre
a una tormenta.
 
Un día se jartó.
Dijo:
—“La miseria nun se cura con yodo.
Y yo ya no pué más.”—
Y se fue pal monte,
por onde nun vuelven ni los ecos.
 
La bestia volvió sola,
con el zurrón colgón
y los cascos gastaos
de tanto arrastrá pena.
 
Y en el pueblu,
la gente aún dice:
—“¿Te acuerdah del médicu,
el del jacho, el que nun se rajaba ni de noche?”—
y se les moja el ojo,
que saben que se les fue
el únicu que, sin poder,
quería curarlo tó.

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