A veces
nos rozamos las manos
al pasar una servilleta,
al pagar el almuerzo,
al recoger los abrigos.
Es un roce breve, torpe,
como quien tropieza
sin querer.
Pero el cuerpo lo recuerda todo.
Y ese roce,
más que cualquier palabra,
es la prueba
de lo que aún no hemos dicho.