3. La rutina que se vuelve ajena
El café sigue siendo el mismo,
pero ahora sabe distinto.
Es como si las mismas manos
que lo sirven
ya no fueran las nuestras.
El espejo refleja dos personas
que aún se tocan,
pero hay algo en sus ojos
que ya no reconoce
la forma del otro.
Y sin embargo,
ahí seguimos.
En el mismo sitio,
en la misma mesa.
Esperando a que algo cambie
sin saber si podremos soportarlo.