Aunque te haya elevado la fortuna
desde el polvo a los cuernos de la luna,
si hablas, Fabio, al humilde con desprecio
tanto como eres grande serás necio.
¡Qué!, ¿te irritas?, ¿te ofende mi lenguaje?
«No se habla de ese modo a un personaje.»
Pues haz cuenta, señor, que no me oíste,
y escucha a un caracol. Vaya de chiste.
En un bello jardín, cierta mañana,
se puso muy ufana
sobre la blanca rosa
una recién nacida mariposa.
El sol resplandeciente
desde su claro oriente
los rayos esparcía;
Ella, a su luz, las alas extendía,
sólo porque envidiasen sus colores
manchadas aves y pintadas flores.
Esta vana, preciada de belleza,
al volver la cabeza,
vio muy cerca de sí, sobre una rama,
a un pardo caracol. La bella dama,
irritada, exclamó: «¿Cómo, grosero,
a mi lado te acercas? Jardinero,
¿de qué sirve que tengas con cuidado
el jardín cultivado,
y guarde tu desvelo
la rica fruta del rigor del hielo,
y los tiernos botones de las plantas,
si ensucia y come todo cuanto plantas
este vil caracol de baja esfera?
O mátale al instante, o vaya fuera.—
»Quien ahora te oyese,
si no te conociese,
respondió el caracol, en mi conciencia,
que pudiera temblar en tu presencia.
Mas dime, miserable criatura,
que acabas de salir de la basura,
¿puedes negar que aún no hace cuatro días,
que gustosa solías
como humilde reptil andar conmigo,
y yo te hacía honor en ser tu amigo?
¿No es también evidente
que eres por línea recta descendiente
de los Orugas, pobres hilanderos,
que mirándose en cueros,
de sus tripas hilaban y tejían
un fardo, en que el invierno se metían,
como tú te has metido,
y aún no hace cuatro días que has salido?
Pues si éste fue tu origen y tu casa,
¿por qué tu ventolera se propasa
a despreciar a un caracol honrado?»
El que tiene de vidrio su tejado,
esto logra de bueno
con tirar las pedradas al ajeno.