Félix María de Samaniego

El león, el tigre y el caminante

Entre sus fieras garras oprimía
Un Tigre a un Caminante.
A los tristes quejidos al instante
Un León acudió: con bizarría
Lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre
A su regia caverna. «Toma aliento,
Le decía el León; nada te asombre;
Soy tu libertador; estáme atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga
Que se atreva a mi fuerza incomparable?
Tú puedes responder, o que lo diga
Esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso;
Domino en todo el bosque dilatado.
¡Cuántas veces la onza y aun el oso
Con su sangre el tributo me han pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
Los huesos que blanquean este piso
Dan el más claro aviso
De mi valor sin par y mis proezas.»
«Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza airada,
Contemplo a tu nación amedrentada;
Al librarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia,
Sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
En lugar de despótico tirano;
Porque, señor, es llano
Que el monarca será más venturoso
Cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.»
«Con razón has hablado;
Y ya me causa pena
El haber yo buscado
Mi propia gloria en la desdicha ajena.
En mis jóvenes años
El orgullo produjo mil errores,
Que me los ha encubierto con engaños
Una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
Que por el mundo todo
No reinan los humanos de otro modo,
Tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»
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