Perseguía un caballo vengativo
a un ciervo que le hizo leve ofensa;
mas hallaba segura la defensa
en su veloz carrera el fugitivo.
El vengador, perdida la esperanza
de alcanzarlo, y lograr así su intento,
al hombre le pidió su valimiento,
para tomar del ofensor venganza.
Consiente el hombre, y el caballo airado
sale con su jinete a la campaña;
corre con dirección, sigue con maña,
y queda al fin del ofensor vengado.
Muéstrase al bienhechor agradecido;
quiere marcharse libre de su peso;
mas desde entonces mismo quedó preso,
y eternamente al hombre sometido.
El caballo, que suelto y rozagante
en el frondoso bosque y prado ameno
su libertad gozaba tan de lleno,
padece sujeción desde ese instante.
Oprimido del yugo ara la tierra;
pasa tal vez la vida más amarga;
sufre la silla, freno, espuela, carga,
y aguanta los horrores de la guerra.
En fin, perdió la libertad amable
por vengar una ofensa solamente.
Tales los frutos son que ciertamente
produce la venganza detestable.