La góndola volvía. Frente a frente
estábamos, en esa inolvidable
vieja tarde de otoño, purpurada
por la sangre del sol en el poniente.
Y porque te mostrabas displicente
a tu mismo abandono abandonada,
se me antojó decir, sin decir nada,
lo que quiero ocultar inútilmente.
Callaste, y como al agitar el rico
blasonado marfil de tu abanico
hubo una muda negación sencilla
en la leve ironía de tu boca,
yo me quedé pensando en una loca
degollación de cisnes en la orilla.