I
Altas proposiciones de lo estéril
por cuyo rastro voy sangrando a media altura
y buscándome,
palpándome,
por detrás de la rosa edificada,
sobre lo que no tiene orilla ni regreso
y es, como lo descubierto recobrado
que acaba el que siga y me revele.
Me apoyo en ti,
clima desenterrado de lo estéril
para fundar el aire de la gracia y el asombro;
y el metaloide aciago y desmentido,
primero en rama llega,
y luego en flor el metaloide oscuro,
y en fruto de sabor martirizado,
baja junto a la lengua enajenada,
pasa de mano en mano hasta la altura.
Porque no es lo posible lo seguro
sino lo que inseguro se doblega,
lo que hay que abrir y sojuzgar por dentro,
y es como polvo en cantidad de sombra.
Porque el fruto no es puerto
sin rumbo entre las aguas,
sino estación secreta de la carne;
íntima paz de cotidiana guerra
donde reposa el vientre silvestre y revestido
de accidentes geológicos y espesos.
Y la alegría purísima,
la honda grace presente y madurada,
que rebota hasta el fondo de la sangre,
que hace correr y madrugar en pájaros,
y equivocarse de pecho y ponerse,
como ciertas flores
un corazón de pana en la mañana.
La alegría de caer en inocencia de sí mismo
y disfrutarse junto a otras criaturas
en el descubrimiento de su nombre,
madrugando de pecho para arriba
donde los alimentos perseveran
hallados para el cielo.
II
Y será como el árbol plantado
junto a arroyos de aguas,
que da su fruto en su tiempo,
y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará.
Salmo 1-3
Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que le propongo al polvo una ecuación
para el deslizamiento de la garganta,
Ahora que inauguro mi regreso
junto a mi pequeñez iluminada,
Ahora que me busco revelada
y transida en otros nombres,
Cuando por mí descienden y se agrupan
anchas temperaturas matinales,
Y han gran fiesta cerval en los caminos.
III
Pasa mi corazón
con su pastosa identidad doliente.
Mi aliento transitivo que enarbolo
y el niño cuyos pasos me prolongan.
Pero la sangre está ya en marcha,
repercute,
hacia un país recóndito y anclado,
entre pasados hierros con nombre de muchacho,
y extensos materiales fuera del pulso mío.
La sangre está ya en marcha
hacia una parte mía donde llego de pronto,
y me conoce el pecho en que tropiezo,
y mis extensas, pálidas, boreales coronarias.
El cuerpo es ya contagio de azucena,
estación de la rama y su eficacia;
palacio solitario en cuya orilla
crece el suelo y afluye entre rebaños
y entre sueños secretos y pacíficos.
IV
Puede pasar mi pecho errante,
mi instantáneo cabello
y mi atroz rapidez que no me alcanza,
Pero se ha vuelto inaugural
mi peso de habitante recobrado.
Y aires de nacimiento me convocan,
¡Ah, feliz muchedumbre de huesos en reposo!
Refluyen a mi forma y se congregan
los elementos suaves y terrestres
y la pulpa negada y transcurrida.
Los pájaros me cambian
a traslados mayores del sonido,
Y la tierra a empujones de llanura.
Al borde estoy de herirme y escucharme
ahora que me lleno de retoños y párpados tranquilos,
Cuando tengo costumbre de nacer
donde bajan los huesos temporales,
Cuando me llamo para mí, callada,
y alguien que no soy yo ya recuerda,
Sollozante y sangrando a media altura,
sobre lo detenido
descubierto
y recobrado.