Uno tras otro, la expectativa crece con la altura de la torre.
El niño se imagina alcanzando las nubes.
Se imagina si sabrán a azúcar.
Entusiasmado construye el niño de los bloques.
Sin calcular, sin avisar, los bloques caen y, con ellos, las nubes bajan a ojos.
Ahora habitan en ellos y los dejan ahí, húmedos y amargos.
¡Pero si el niño de los bloques sólo cometió un ligero error!
(Que bueno... es de esperarse, es aún un imbécil.)
Una parte del cielo que contenía a las nubes se ha colado en él.
Ahora, lo habita la inmensidad del cielo azul.
Sólo cometió un ligero error.