Eliseo Diego

La orilla de la calma

Vamos a conversar un poco en el patio más hondo, que refresca
el añil con su antigua memoria de las aguas.
 
Trae el viejo sillón de mimbre, trae el viejo sillón, trae
la mesita oscura.
 
Dignamente las ascuas del tabaco glorioso, en la penumbra
roja, y el verde niño del cocuyo, y el sagrado amarillo
de las Pléyades,
 
dignamente las ascuas. La brisa entre las palmas nos descubre,
viniendo alta, como noticia buena.
 
Dime del mar y de los caracoles, cuéntame
del cercano abismo, dime del mar y de las islas claras.
 
Dime más bien la minuciosa gloria de tus años, el admirable
can de triste boca, las fábulas nocturnas del vidriero.
 
En la radiante costa de mi pueblo rompe la paz de la llanura
prodigiosa, en la radiante costa de mi pueblo, en la pared
salvaje.
 
Dime del mar y de los resonantes caracoles, en tanto pienso
en la llanura vastamente, y miro la profunda noche,
y escucho su resaca suavísima en las tejas.
 
Yo vi las lentas auras navegantes, y yo las altas guardarrayas
militares, y yo el esplendor espeso de la calma.
 
Cruje el viejo sillón en el silencio, le responden las crujidoras
pencas, el alto viento de las islas,
 
y el verde niño del cocuyo responde al amarillo de las Pléyades,
y al naranja cordial del ascua.
 
Dime más bien la minuciosa gloria de tus años, perdido reloj
con las bestias heráldicas, la radiante vidriera que nos ama.
 
Pero entonces siempre, vamos entonces siempre
a conversar un poco en las extrañas islas de la noche
a la orilla más pura de la calma.
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