Y qué hago si no se serenan las hormonas,
si arden en mi pecho como llamas traicioneras,
si corren como ríos desbordando las auroras
y no encuentran más cauce que mis venas prisioneras.
Qué hago con este fuego que no entiende de razones,
con la piel que se eriza sin pedirlo, sin aviso,
con el pulso que estalla en un mar de sensaciones,
con la urgencia del deseo convertido en torbellino.
Dime, qué hago cuando el aire se espesa,
cuando el roce de la sombra en mi piel es un grito,
cuando el tiempo es un latido que no cesa,
cuando el cuerpo es un rito y el amor es un mito.
Tal vez no haya calma, tal vez no haya tregua,
tal vez mi alma es volcán que nunca se apaga,
pero qué importa si en cada chispa se entrega
un destello de vida que la muerte no embarga.