Yo no te olvido, sombra de un ayer perdido,
vestigio ardiente en el fulgor del tiempo ido.
Te llevo intacta, cifra de mi ser dormido,
como la herida lleva al filo ya vencido.
El eco puro de tu voz en mí persiste,
cristal de un sueño que en el alma aún existe.
Tu nombre es viento que la soledad reviste,
tu ausencia: nieve que en mi pecho nunca desiste.
En el silencio, tu memoria se levanta,
tejiendo en brumas la nostalgia que me encanta.
Tus ojos, faros, en la niebla me adelanta,
y en su reflejo la eternidad se agiganta.
No te olvido, mi existir es remembranza,
latir constante de un amor que no se cansa.
Si el tiempo quiebra del destino la balanza,
mi espíritu, fiel, en ti encuentra su esperanza.
No te olvido, pues olvidarte es sacrilegio,
despojar el alma del eterno sortilegio.
Tu ser inmenso, cual celeste privilegio,
es mi refugio, mi fervor y mi cortejo.