Maldigo este viento de octubre
que me arroja, sin piedad,
al borde de un recuerdo encendido.
Dos sombras entrelazadas
junto a la ribera del Turia,
un banco y la eternidad
doblándose entre suspiros.
Los labios, incendio.
Los dedos, brújulas rotas
buscando el norte en la piel del otro.
Dos cuerpos imantados,
juncos vencidos por el ansia
de rozarse hasta fundirse.
¡Ay, quién pudiera volver
a arder así,
con la furia de quien no teme!
Quién olvidara el miedo
y bebiera de nuevo
ese agua maldita
que nos juramos no tocar.
Quién, siquiera por un instante,
volviera a sentir
el cataclismo
de un beso
a punto de estallar.