Regresar de la guera
Era la juventud, como siempre, impetuosa,
y el eco de disparos era nuestra banda sonora.
La pólvora teñía el aire con su aliento seco,
pero seguíamos caminando, como si el fuego fuera nuestro hogar.
Las trincheras, más que fronteras, eran refugios de miedo.
Allí los ojos del enemigo tenían nuestra edad,
y sus manos temblaban al igual que las nuestras,
como si la guerra fuera un juego que nadie quiso empezar.
Las noches eran de un silencio tan feroz,
que podíamos oír cómo el mundo envejecía.
Bajo las estrellas, contábamos los días,
no para vivir, sino para sobrevivir un día más.
Volver de la guerra no es regresar.
Es cargar con el peso de lo que vimos y lo que fuimos.
Es mirar a los ojos de los que no estuvieron allí
y buscar las palabras que expliquen lo inexplicable.
Al final, la guerra no es un acto heroico,
ni un sacrificio necesario,
sino una herida abierta en el tiempo,
que nunca se cierra del
