Yo estuve allí,
bajo la sombra temblorosa de la tarde,
cuando el viento me nombró por mi ausencia
y el tiempo me tejió con hilos de nostalgia.
Fui la piedra
que sostuvo un río de despedidas,
fui la ceniza
que el alba dispersó entre las calles vacías.
He visto cómo la lluvia
borra los pasos que duelen,
cómo el eco de una risa antigua
se aferra a los muros del recuerdo.
Yo fui testigo del adiós,
de la ternura rota en el umbral,
del último temblor en una mano
que ya no buscó la mía.
Pero también vi el renacer
en la ternura de un sol sin prisa,
en la flor que insiste en abrirse
aunque nadie la mire.
Hoy doy testimonio de la vida,
de su danza frágil y feroz,
del amor que se queda en los silencios
y de la esperanza
que aún canta en mi voz.