Mi fe no es un suspiro que el viento disuelve,
ni sombra pasajera en la luz matinal;
es roble centenario que el tiempo resuelve,
con savia inquebrantable y esencia inmortal.
Hundidas en la tierra sus hondas raíces,
desafían tormentas, sequías y azar,
se alzan con firmeza entre oscuras matrices,
nutriendo su fuerza en el agua y el mar.
No tiemblan sus hojas cuando ruge el viento,
ni ceden sus ramas al filo del mal;
su tronco es el verbo, su alma es cimiento,
su sombra refugio de paz celestial.
Así es mi testimonio, árbol de certeza,
que extiende sus brazos al cielo sin fin,
pues Dios es el faro que da fortaleza,
y en su luz eterna florece mi abril.