Sonó un violín en París,
sus cuerdas lloraban la tarde,
el Sena brillaba en la brisa,
la luna tejía su alarde.
Las notas danzaban despacio,
cruzando la plaza dormida,
y un eco de amores pasados
susurró en la noche escondida.
Bajo un farol solitario,
un alma sin rumbo escuchaba,
y en cada compás derramado
su pena en el viento flotaba.
Sonó un violín en París,
y el alma de un sueño distante
despertó con dulce matiz
en un beso fugaz y elegante.
Las sombras bailaban al ritmo
de un tiempo que nunca volvió,
y el violín, con su eterno hechizo,
a la dulce noche su historia contó.