En fuego se consume mi latido,
ardiendo en la penumbra de tu abrazo,
un eco de mi alma alzó su brazo
y halló en tu piel el cielo presentido.
Tu boca es el rubí jamás vencido,
en su calor mi ser busca el ocaso;
el tiempo se detiene en un fracaso,
y el mundo se estremece dividido.
Tus ojos son un lago de tormenta,
un torbellino dulce que me llama;
la noche en tu perfume se alimenta.
Mi espíritu se rinde ante esta llama,
que quema, hiere y aún mi fe sustenta:
ser sombra de tu amor que nunca clama.