La guitarra canta su queja infinita,
un río de cuerdas, lágrima y duelo,
que sube del pecho como un desvelo,
y en cada nota una pena palpita.
Es llanto de luna, voz que se agita,
un gemido hondo que toca el suelo,
y en su lamento se alza el anhelo
de un amor roto que nunca se quita.
Cada rasgueo es herida que arde,
cada trino, un suspiro que queda,
y el tiempo, en su ritmo, nunca tarde.
El alma, al sonar, se queda en veda,
y la guitarra, en su queja cobarde,
llora la vida que siempre se enreda.