Soneto ardiente
En sombras se desliza tu silueta,
incienso ardiente quema mi latido;
mi sangre, en su delirio encandecido,
te busca, llama viva y siempre inquieta.
Si rozas mi piel trémula y secreta,
se quiebra el universo en un gemido;
mi pecho es un abismo estremecido,
mi boca, un lirio en fiebre de violeta.
Eres un dios de lumbre y de tormenta,
mi carne en su fervor es llama pura,
mi alma, un temblor que ciega y que atormenta.
¡Oh, ven! Que en este ardor que me tortura,
se fundan en mi ser, con dulce afrenta,
el beso, el ansia, el éxtasis... la altura.
