Tu garganta pide a mi lengua que hable,
un susurro ahogado que anhela mi canto.
Yo, en la penumbra, me vuelvo quebranto,
y en silencio, entero, pido por ti.
La palabra dormida se agita y se enciende,
danza en el aire, tan frágil, tan fuerte.
Tu voz en mi pecho palpita y desprende
el eco profundo de un íntimo ayer.
Y callo, no porque el verbo me falte,
sino porque en tu mirada se alza un poema.
Es tu sed de palabras la llama que arde
y mi plegaria muda, el fuego que quema.
Es que entre lo dicho y lo que no digo,
se tiende un puente que todo lo abarca.
Tú, que pides palabra, yo, que mendigo
el milagro sutil de que el alma se abra.