Se va la luz de tu presencia,
queda la sombra del ayer,
y aunque lo intento comprender,
la soledad me da sentencia.
Me duele tanta indiferencia,
pues fuiste luna en mi camino,
mi mar, mi estrella, mi destino,
y ahora que el adiós nos nombra,
se apaga el sol, crece la sombra,
y el viento calla su divino.
Tu voz resuena en mis mañanas,
en cada esquina de mi ser,
y aunque me pueda florecer,
hay cicatrices que son vanas.
Las noches se hacen más lejanas,
el tiempo sigue su sendero,
mas yo, varado en mi agujero,
me quedo en este atardecer,
con la certeza de entender
que aún sin ti, yo aún te espero.
¿Qué haré sin ti cuando despierte?
¿Qué haré sin ti en cada invierno?
Tal vez me abrace el mundo eterno,
pero en mi pecho habrá una muerte.
Pues sé que el alma no se invierte,
ni borra el río su corriente,
ni arranca el alba lo que siente
un corazón que supo amar,
y aunque no quiera recordar,
sé que te extraño eternamente.