El poeta se asoma al abismo,
con versos en los bolsillos
y el pulso latiendo en tinta.
Su voz es un eco cercano,
una mano tendida en la brisa,
un hilo de luz que hilvana
las sombras de quien lo lee.
No busca el trueno en la métrica,
ni el vértigo en la retórica inflada,
su poesía es un puente de palabras,
un reflejo sincero en el agua.
Transparente como el alba
y cercana como un latido,
su libro no es un templo de mármol,
sino una puerta entreabierta,
una invitación al salto
sin miedo a la caída.