Nació una rosa pura del más divino rosal,
su luz quebró la noche, radiante primavera,
fragancia celestial, misterio universal.
El viento entre los montes cantaba su quimera,
y en su dolor la tierra halló dulce consuelo,
la espina de la rosa fue llama verdadera.
La luna se postró tras el umbral del cielo,
y el alba, con sus rayos, bañó su rostro santo,
Dios hecho carne humana, amor divino y pleno.
Los ángeles bordaron su cuna con su canto,
la flor que redimía nació en humilde lecho,
y el mundo fue su obra, redención en un llanto.