Flores del Mal, lánguidas y perversas,
Liban el veneno de lo prohibido.
Espasmos de placer, delirios inversos,
Que anidan en el pecho corrompido.
Abismos encantados, vértigos oscuros,
Donde el alma se abisma, sedienta de maldad.
Goces malsanos, deleites impuros,
Que exaltan la abyección y la crueldad.
Espinas que se clavan, cárceles que aprisionan,
Lascivas tentaciones que el juicio envilecen.
Pulsiones de la carne que el alma envenenan,
Y en las tinieblas del ser se enardecen.
¡Oh, Satán!, maestro de la sensualidad,
Príncipe de los vicios, rey de las penumbras.
Tus voces me seducen con su fatalidad,
Y me arrastran al fango de tus sombras.
Mas, ¿acaso no es este el sutil precio
Que paga el alma por su ardiente anhelo?
¿No es este el abismo donde la dicha yace,
Escondida entre la tortura y el duelo?
Flores del Mal, devenid mi único jardín,
Permitidme exhalar vuestros perfumes malditos.
Que en la amarga embriaguez de vuestro frenesí,
Halle el eco de mis sueños proscritos.