Ante el silencio eterno de la noche,
Mi alma se sumerge en la penumbra,
Buscando alivio a la carga que me abruma,
Mas sólo hallo sombras que me acechan.
En vano elevo mi plegaria al cielo,
Pues sólo el eco sordo me responde,
Y la quietud abrumadora se impone,
Dejando mi espíritu en desvelo.
Mas de pronto, una chispa se levanta,
Una luz que disipa la maldita
Oscuridad que mi sendero encanta.
Y en ese instante, el alma resucita,
Hallando en la esperanza fuerza santa
Que, como el sol, mi angustia