Bajo un cielo de sombras, la luna agonizante,
derramaba en mi alma su lumbre titilante.
Tus ojos como abismos de azules inmutables,
reflejaban estrellas de fuegos insondables.
Era un hálito etéreo la brisa susurrante,
deshojando en mi pecho un lirio palpitante.
La noche, taciturna, con ébano encendido,
dibujaba en las sombras tu rostro bendecido.
Mis labios te llamaban en cánticos callados,
como el eco perdido en los montes sagrados.
Mas solo el viento errante me daba su lamento,
susurros lastimeros de un fúnebre tormento.
Oh, musa de mis sueños, de pétalos dorados,
¿por qué fuiste quimera en mis brazos cerrados?
Te busco en la penumbra de besos imposibles,
en versos que se enredan en laurel invisible.
Hoy mi alma errante, por siempre desterrada,
canta en la medianoche su pena encadenada.
Pues fuiste en mi sendero un astro rutilante,
y ahora eres la sombra de un beso agonizante.