La noche se derrama con lento desconsuelo,
sus pálidos suspiros destiñen la alborada.
La brisa se arrodilla, doliente y desgarrada,
bajo un cielo sin astros que gime en terciopelo.
Los ecos de tu risa se quiebran en la bruma,
fantasmas de caricias resbalan por mi piel.
Tus labios son un roce de luna y de laurel,
un fuego que en mi sangre fulgura y la abruma.
La sombra de tu ausencia se cuelga de mi espalda,
susurra en mi oído canciones olvidadas.
Tus manos se deshacen en luces apagadas,
y el alba me despierta, vencido en la batalla.