Bajo el manto verde, la cura se mecía,
En el canto del río, mi dolor se diluía.
El bosque respiraba, y con cada latido,
Mi cuerpo encontraba un ritmo más querido.
La tierra, húmeda y fresca, bajo mis pies, Absorbía las penas, los males, los reveses.
Las raíces antiguas, sabias y profundas,
Transmutan las sombras en fuerzas fecundas.
El sol, en mi piel, un bálsamo dorado,
Calentaba mis huesos, antes entumecidos.
Con rayos de luz, mi ser era bañado,
Y en su calor, mis males eran vencidos.
El aire puro, entrando en mis pulmones,
Limpiaba las toxinas, los miedos, las presiones.
Con cada bocanada, un nuevo renacer,
En la simple belleza de volver a crecer.
La naturaleza, sabia, maestra ancestral,
Con su ritmo perfecto, me enseña a sanar.
En su regazo encuentro la calma perdida,
Y mi cuerpo, agradecido, vuelve a la vida.