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Henri Cordier, by Gustave Caillebotte
Elideth Abreu

Mis libros, que no saben que existo

 
Mis libros,
que no saben que existo,
duermen en sus estantes de sombra
como viejos sabios que aguardan
a ser despertados por la luz.
 
Son tan parte de mí
como la sombra que proyecto,
como las líneas de mis manos,
como el temblor de mis pasos
en las noches de insomnio.
 
En sus páginas habitan otros,
pero también me descubro en ellas,
como si cada palabra escrita
hubiera estado en mi sangre
antes de ser leída.
 
Mis libros no me llaman por mi nombre,
no me esperan, no me extrañan,
pero en cada hoja, en cada signo,
hay un eco de mi voz,
una grieta de mi alma.
 
Quizá algún día me olviden,
cerrados y polvorientos en la penumbra,
pero mientras los mire,
mientras los lea,
seguirán siendo mi espejo más fiel,
el retrato más hondo de mi existencia.

La biblioteca de Jorge Luis Borges es uno de los mitos que envuelven su figura como autor. En el poema «Mis libros», uno de los más memorables del autor, deja claro a los lectores que forman una parte intrínseca de él, al igual que los rasgos de su cara. El autor fue un gran lector, casi más que escritor. No solo los utilizaba como libros de consulta, sino que cultivaba su amor por la escritura a partir de la lectura. Homero, Dante, Boccaccio, Shakespeare: todos ellos aparecen en sus cuentos, como forma de homenaje. Los clásicos aparecen y reaparecen en su obra, son una representación viva de su biblioteca.

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