Mi sombra se escapa al caer la tarde,
camina sola por calles desiertas,
sin prisa, sin dueño, sin más compañía
que el murmullo olvidado de los árboles.
Se oculta en rincones donde no la sigo,
como si en la distancia encontrara su paz,
y al volver, lleva en su piel
la calma de quien ha estado muy lejos.
A veces la veo en reflejos torcidos,
doblada sobre sí misma,
cargando sueños que no le pertenecen
y secretos que nunca me cuenta.
Es una sombra que sabe ser libre,
una ermitaña que nunca descansa,
pero que al final, regresa
y se acuesta bajo mis pies,
como un perro que vuelve del viento.