En la noche sin fondo, bajo un manto de espejos,
camina solitario el hombre de la luna.
Sus pasos dibujan círculos en reflejos,
un mapa sin destino donde nunca hay fortuna.
Su mirada vacía se pierde entre las sombras,
persiguiendo ilusiones que el viento dispersó.
Es rey de un reino muerto donde todo se nombra
con palabras que el eco, hace tiempo, olvidó.
Lleva en su pecho un cielo que nunca florece,
y en su mente, los astros le tiñen de azul.
Sus manos, como antorchas, señalan lo que crece
en las grietas del tiempo: un fulgor sin control.
¡Oh, pobre caminante! En tu danza sin calma,
la luna te devora, paciente y sin piedad.
Eres sombra que canta, sin voz y sin alma,
prisionero del sueño que no vuelve verdad.